¿Qué tendrán esas peculiares moléculas que tanto nos atraen y que tantas cosas estamos dispuestos a transformar y cambiar por ellas?
Condicionamos nuestros ahorros, nuestras preferencias, nuestras necesidades más básicas, nuestras amistades,… Y todo, por poder hacer eso que más nos gusta, que es disfrutar de estas partículas que tanto placer nos proporcionan.
Es mucho lo que engancha realizar esta acción, y siempre uno se pregunta el por qué de tener ese mono.
Quizá sea por su pureza, o quizá la sensación de libertad por el entorno natural e idílico donde se practica. Quizá disfrutar del aire más puro que pueda existir. O quizá la altitud a la que se practica que hace sentirse el dueño y controlador de todo lo que hay abajo. Quizá el poder sentir el viento descendiendo a gran velocidad, y además, con gran sensación de seguridad. O quizá la felicidad anticipada que proporciona el viaje casi obligado a desplazarse para poder disfrutar de ello, en pleno invierno, cuando las alternativas al ocio disminuyen. Quizá el saber que en este paradisíaco entorno se retomará la cordialidad con tu pareja o familia. Quizá porque el blanco hace divisar un paisaje increíble que alimenta inconscientemente tu bienestar. Quizá sea esa sensación de controlar, por fin, ese entorno a voluntad, ya que tanto costó aprender, y ahora es bien merecida la recompensa pudiendo moverse libremente por la inmensa montaña nevada.
¿Quién sabe el motivo de ser adicto al esquí? Cada cual tiene sus motivos. Pero lo cierto es que engancha y encanta de manera que uno no se controla. Y siempre muestra una sonrisa cuando sale un tema de nieve en las conversaciones.
Pero la nieve está ahí donde siempre estuvo. A disposición de quien la quiera disfrutar.
Y el polvo blanco… también. Tan sólo se debe prever cuándo y en qué estación caerá…
Y es que… ¿para qué drogarse pudiendo esquiar?
