Nov 21, 2016 Ricardo Adarraga Artículos, Secciones Comentarios desactivados en A Paquito Fernández Ochoa
Que gran jornada. Estoy de regreso del espléndido homenaje organizado por Robert Puente en Madrid Snowzone, no sólo para Paquito Fernandez Ochoa sino para toda su familia. Porque para la familia y los amigos los homenajes son una forma de traernos a las personas queridas a través del recuerdo y de todas las personas que le admiraban, respetaban y querían. Voy a aprovechar este espacio que me brinda Robert Puente en enpistas.com para dar mi homenaje personal a Paquito. Un esquiador al que he admirado cómo a pocos no sólo cómo esquiador sino porque me ha hecho sentirme orgulloso de ser esquiador español.
Paquito Fernández Ochoa ha marcado profundamente a todos los esquiadores españoles de mi generación y que aprendimos a esquiar al calor de sus éxitos. En todos los artículos y homenajes que he podido seguir en estas últimas semanas he comprobado un fenómeno interesante en sucesos históricos importantes. Todos se acuerdan de lo que estaban haciendo en aquel momento. Estos días he escuchado tan a menudo la historia de “que estaba haciendo cuando me enteré de que Paquito había ganado el oro en Sapporo”. A lo mejor la memoria me juega una mala pasada, pero yo recuerdo que aquella mañana del 13 de febrero de 1972 (era domingo y mi cumpleaños) mi padre alucinaba de todos los colores “¡Paquito ha ganado, ha ganado!”. Recuerdo que fuimos al dormitorio de mis padres y en un pequeño televisor portátil de aquella época pudimos ver aquella increíble e histórica bajada de Paquito. A pesar de mis siete años percibí que aquello era algo muy especial, sobre todo para mi padre. Mi padre, Juan Bautista Adarraga, había sido atleta olímpico en 1948. Fue en los juegos de verano en Londres. Pero además era un apasionado del esquí. Era muy amigo de Pepe Arias que en 1948 también había sido olímpico, pero en los juegos olímpicos de invierno en St Moritz. Cuando íbamos a esquiar a Navacerrada mi padre siempre paraba a saludar a Pepe y era tan simpático y nos trataba con tanto cariño que yo en aquella época pensaba que debía ser un tío lejano o algo así. Había algo que les unía y era la pasión por el deporte en la España de la posguerra, “los años del hambre” como decía mi padre. Ellos habían sido deportistas luchando con todas las dificultades de entonces en un momento en que España era una potencia secundaria a nivel mundial, no ya en deportes si no en casi todo. El que salía de España comprobaba que la grandeza que se vendía dentro no tenía nada que ver con la visión que se tenía de España en otros países. Para ellos se cumplía un sueño, tantos años viviendo una y otra vez los prejuicios de que España y los españoles son sólo sol, playa, flamenco, toros, fútbol y no saben esquiar. Paquito, vástago de aquella generación, puso a España no sólo en el mapa de las competiciones de invierno sino de las medallas de oro olímpicas.
Mi padre me contaba que la pista de Sapporo aquella mañana estaba en muy malas condiciones y que Paquito que se había currado palos en las heladas laderas de Guarramillas tenía una ventaja enorme sobre el resto. El “eterno” segundo que le sacó al “Marcel Hirscher” de la época Gustavo Thöni lo demuestra. Lo que entonces llamabamos «los tubos», oficialmente “Arroyo seco” y “Arroyo frío”, eran las únicas pistas negras (entonces no existía esa clasificación) del sistema central. Navacerrada organizaba las competiciones de eslalon en el “Pomagalski” (Arroyo Seco). Esas laderas son la primera barrera que se encuentra el frío viento noroeste que sopla en la meseta norte en invierno y que se acelera subiendo desde Segovia por los valles de Valsaín hasta Guarramillas. Es como el estrecho de Gibraltar en vertical. El resultado son unas palas de hielo y roca solamente aptas para los mejores esquiadores. Creo que es la única pista que recuerdo con carteles de “Pista cerrada. Peligro de muerte”. En esas pistas se curtió Paquito. Eso combinado con una pasión y un instinto ganador, cómo dice su hija Paula “o blanco o negro”, “o todo o nada”, le convirtió en uno de los mejores especialistas de eslalon de su tiempo.
Lo de Sapporo no fue una suerte de aquel día. Lo que a menudo se olvida es que, hablando en términos taurinos (como le gustaría a Paco), confirmó la alternativa dos años más tarde ganando el bronce en el mundial de St Moritz, también en competición con Gustavo Thöni, que por fin pudo quitarse la espina de Sapporo, pero por poco. Paquito fue durante los años 70 uno de los top-10 de la especialidad. Los especialistas austríacos, suizos, franceses, italianos y más tarde el sueco Stenmark contenían la respiración cuando bajaba Paquito y no daban una victoria por segura hasta que Paquito había bajado. Sabían que aquel genial español podía aguarles la victoria en cualquier momento.
Yo en aquellos años tuve la fortuna de poder esquiar en Suiza (mi madre era suiza) y en la escuela de esquí suiza era muy bueno contar con Paquito. Éramos chavales de 10 años y siempre nos picábamos emulando a nuestros ídolos de entonces. Había un suizo que decía que era Bernhard Russi, una alemana decía que era Rosi Mittermaier, yo siempre podía decir con chulería “¡Yo soy Paquito Fernandez Ochoa, toma ya!” y todos sabían a quién me refería.
Os voy a contar una historia que me aconteció en uno de mis viajes a lo largo y ancho de este mundo. Era enero de 2005, mi segunda temporada en categoría KL (así se llamaba entonces S1), Salla, Finlandia, al norte del círculo polar, un lugar remoto cerca de Laponia. Cuando estás en la salida a tus espaldas tienes lo que fue durante 50 años el telón de acero. No muy lejos de ahí dicen que tiene su cuartel general Santa Claus. En enero en esas latitudes hace un frío salvaje. Las temperaturas eran de 25 grados bajo cero o menos. Ahí aprendí que a esas temperaturas y a 150 km/h hay que usar un buen anti vaho, porque en plena bajada la pantalla del casco no se empaña, se congela de golpe y no ves nada. Había una cabaña al lado de la pista. Todos los competidores nos acurrucábamos en aquella pequeña cabaña dándonos mutuamente calor esperando nuestro turno para salir, subir el remonte hasta la salida, bajar a 150-160 km/h y meternos inmediatamente tiritando en la cabaña. Recuerdo que estaba sentado rodeado de los grandes del KL de aquella época y procuraba no llamar mucho la atención. Era mi primera competición despues de mi primera caída a 190 km/h la temporada anterior. Yo me preguntaba que hacía yo ahí en el fin del mundo pasando más frío que nunca tirándome a 160 km/h. En esos momentos se me acercó un finlandés grande y fuerte a pesar de sus 75 años. Levanté la mirada, era Kalevi “Häkka” Hakkinen. Häkka es un mito en el KL. En sus comienzos había competido en alpino en los juegos de Cortina con Toni Sailer. En los años 70 pasados ya los cuarenta comenzó una exitosa segunda carrera deportiva como competidor de Kilómetro Lanzado. Fue junto a Steve McKinney el pionero del KL moderno. Él introdujo elementos aerodinámicos para superar la barrera de los 200 km/h. A la edad de 64 años fue abridor en la competición de KL de los juegos olímpicos de Albertville en 1992, bajó a 205 km/h. Este mítico finlandés se dirigió a mí mostrándome su grata sorpresa “¿Eres español?”. “Sí” le dije. “qué bueno tener un español en KL. Yo conozco a un esquiador español, ¿cómo se llama? ¿Francisco…?” “Fernández Ochoa”, contesté instintivamente. “¡Sí! ¿Le conoces?” me preguntó, “Claro, aunque no personalmente”. Con la sequedad de los finlandeses al hablar, sin modular un ápice el tono de su voz (la antítesis de un andaluz), en su inglés con acento finlandés me dijo “¡Qué tipo más genial, más simpático y que buen esquiador!” En el fin de mundo más allá del círculo polar, en el reino del hielo y las nieves también conocen a Paquito.
Aunque nunca tuve la fortuna de conocerle personalmente le echo de menos. No sé siquiera si tuvo alguna noticia sobre mis competiciones. Yo entonces estaba dando mis primeros pasos en KL. Como los caballeros medievales me hubiera gustado ir a Cercedilla a rendirle pleitesía para brindarle mis 240,642 km/h, contarle mi encuentro con Häkka y hablar con él de esquí y KL. Estoy seguro lo que me hubiera dicho con una gran carcajada:”¡Ricardo, estás loco bajando a esas velocidades!”, pero seguro que a continuación diría a sus ahora 66 años: “La próxima competición de KL vengo, me dejas tus esquí y tu equipo de KL y me tiro. ¡Quiero batir los 205 km/h de Häkka!”.
Cuando Robert Puente me dijo “¡Ricardo, tú tienes que estar en el homenaje de Paquito!” lo entendí como el mayor honor que me han hecho en mi carrera deportiva. Es como si el rey Paquito me hubiese ordenado caballero. Ahí estaba con los más grandes del esquí español, pero sobre todo con los Fernandez Ochoa. El nombre Fernández Ochoa es esquí español, es olímpico, es valentía, es simpatía, es alegría, pero sobre todo sabe a victoria. Gracias por todo a Paquito y a toda la familia Fernandez Ochoa por lo que nos habéis dado. Un abrazo especial a Paula del hijo de un olímpico a la hija de un oro olímpico.
La próxima vez que esté en la salida de un KL mirando para abajo y me tiemblen las rodillas, oiré a Paquito diciéndome “¡Ricardo que te tires, que te doy dos hostias!” Va por ti, Paquito.
Ricardo Adarraga
240,642 km/h
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